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Samba Diallo, asistente de campo del Departamento de Investigación, en busca de chimpancés en el val

Samba Diallo es un hombre enorme y no sólo por sus cerca de dos metros de estatura. A lo largo de sus peripecias vitales ha ido acumulando anécdotas e historias de todo tipo que le han ayudado a crecer para acabar siendo partícipe en un proyecto de conservación medioambiental, su pasión desde siempre. Tiene 42 años y nació en Nandoumary, pueblo que se encuentra en la Reserva Natural Comunitaria de Dindéfélo (RNCD). Recuerda concretamente la fecha del 7 de abril de 2012, pues fue cuando empezó a trabajar como asistente de campo para el Instituto Jane Goodall en Senegal (IJG). Hoy día, en parte gracias a su trabajo, vive feliz en su localidad natal junto con su mujer, sus tres hijas, Aïssatou, Mariama y Aminata, de diez, cinco y un año respectivamente, y el resto de su familia. Pero no siempre fue así.

Cuando medía menos de la mitad que ahora no había escuela en el pueblo y pasó su infancia correteando arriba y abajo por los bosques y sabanas del plateau, el altiplano en el que se ubica buena parte de la RNCD y que conecta Senegal y Guinea. Las comunidades de personas que habitan en este aislado entorno no disponen de demasiadas comodidades y mantienen un estrecho lazo con el entorno, que puede llegar a ser bastante hostil, sobre todo en los meses más intensos de la calurosa época seca. En estos salvajes parajes, y ya desde los cinco años, Samba siempre ha sentido un interés algo ancestral por todo lo que los paisajes de la región tenían para ofrecer a sus ojos de niño. La naturaleza siempre le ha llamado la atención y, aunque las habladurías le advertían que el chimpancé era peligroso, y por ello le temía y huía al verle, sentía a la vez una extraña curiosidad, mezclada con atracción, por estos animales que en la actualidad son el centro sus esfuerzos laborales: desde hace cinco años se pasa el día buscándolos. Continuemos, sin embargo, con su historia.

Entre los 16 y los 18 años tuvo la ocasión de estudiar alfabetización y a día de hoy domina el francés oral y asegura tener tres diplomas que le acreditan para enseñar el pular, la lengua de los peul, la etnia del lugar. Al cumplir la mayoría de edad empezaron sus peripecias por algunos países de África occidental en busca de trabajo, experiencias y distintos aprendizajes. Su primera y más larga parada fuera de casa fue en Gambia, país en el que estuvo siete años. Allí trabajó como vigilante de seguridad para casas particulares y hoteles y su contacto con el turismo le permitió aprender algo de inglés. También cursó 3 años de karate para incorporar las artes marciales a su trabajo, algo que le acompañó durante muchos años y que, según dice, le ayudó a crecer interiormente. Recuerda su juventud más primeriza como una época algo convulsa: se sentía desubicado y trabajaba principalmente por las noches. No está muy orgulloso de cómo era en aquel entonces. Aún así, esas vivencias le sirvieron para espabilar y desenvolverse en contextos que le eran desconocidos.

En el año 2000 regresó a Nandoumary, pero en aquel momento se encontraba en plena inercia viajera y vital y no estuvo demasiado tiempo en el pueblo que le vio nacer. Durante los siguientes nueve años se movió por trabajo fuera y dentro de Senegal; dentro del país, en Dakar, Thiès y Kaolack y fuera se estableció temporalmente en Guinea y también en Guinea Bissau. Los trabajos en su currículum son más que variados: panadero, cocinero, camarero, frutero y vendedor de ropa. Pese a que en la actualidad pueda cruzarse con un buen número de animales peligrosos, fue en este último empleo, en 2009, cuando vivió el episodio de su vida más cercano a la muerte. Estando en su paradita de ropa, un autobús fuera de control por un fallo en los frenos de forma repentina le embistió junto con toda la tienda. El accidente le dejó muy mal herido, abriéndole la espalda en canal y casi costándole la vida. A pesar de las limitaciones de los servicios sanitarios de Senegal, pasó unos años de óptima recuperación en compañía de los suyos en Nandoumary. Hoy en día todavía tiene dolores ocasionales en la espalda cuando hace grandes esfuerzos y en los días de mucho calor, cuando se quita la camiseta, puede observarse una gran cicatriz que se la atraviesa en diagonal.

En 2012 su vida cambió radicalmente. Diba Diallo, una buena amiga, le habló de la posibilidad de trabajar en un proyecto que años antes había comenzado en el pueblo de Dindéfélo y en el que ella estaba involucrada desde la fase más embrionaria como investigadora de campo. Se trataba del proyecto del Instituto Jane Goodall España en Senegal, que gracias al esfuerzo de unos pocos había ido creciendo desde 2009 en la Reserva Natural Comunitaria de Dindéfélo. Desde entonces el IJG realiza exhaustivas investigaciones sobre la subespecie de chimpancé Pan troglodytes verus y dedica grandes esfuerzos en la conservación de su hábitat y del entorno natural de la zona. Ante esta oportunidad, Samba no se lo pensó dos veces y hoy en día su aportación y la de muchos otros hace que el crecimiento del proyecto continúe de forma exponencial. En su primera etapa como asistente de campo para el IJG, el aprendizaje con los investigadores españoles era recíproco, él absorbía conocimientos mientras ellos observaban admirados su experiencia sobre el terreno. A día de hoy sigue siendo así.

El trabajo diario de Samba Diallo

Para conocerle bien y vivir de primera mano su día a día me desplazo desde la Estación Biológica Fouta Jallon, site principal en Dindéfélo, hasta la pequeña oficina/choza que el IJG tiene en Nandoumary. Con tal de no perderme en alguno de los muchos caminos que hay hasta el pueblo donde vive y trabaja Samba, subo con él un lunes por la tarde. Estando aquí he realizado entrevistas de lo más curiosas y haciendo camino por estos parajes de la Reserva hice una de ellas. Es una persona abierta, simpática y muy bromista y cuando le cuento que quiero escribir sobre su trabajo y sobre su vida y ve que muestro interés, es como una caja abierta en la que hay que ir ordenando un montón de contenido. A medida que avanzamos, va cayendo la luz pero él no tiene prisa aún sabiendo que las pilas de su linterna están en las últimas. Por el camino paramos tres veces: primero para descansar en un mirador desde el que se puede observar todo Dindéfélo, tras una subida que acaba casi en vertical, después, a eso de las 19:30h, para que como buen musulmán que es rece mirando a la Meca y gaste la poca agua que le queda para lavarse las manos antes de la oración y, finalmente, y ya a las puertas de Nandoumary, paramos en casa de unos amigos suyos que hace poco tenían acogido a un voluntario español.

Es ya negra noche cuando llegamos a su casa y salen a nuestro encuentro un montón de niñas y niños entre los cuales están sus tres hijas. Tras entretenerme jugando un rato con todos, Samba sale de su soudou, término local para referirse a las cabañas de barro y paja en las que vive la gente, y me acompañara al despacho del IJG. Ha cogido pilas nuevas para la linterna y cuando estamos cruzando el patio de la pequeña escuela, enfoca hacia unos árboles a nuestra derecha y me indica que mire hacia allí. En la oscuridad, veo unos gálagos (Galago senegalensis) saltando de árbol en árbol, unos primates de entre 20 y 30 centímetros y un peso máximo de 300 gramos y que viven en el interior de los troncos. Al llegar, me están esperando Gimena Coppola y Verónica Moreno, las dos voluntarias de investigación del IJG afincadas en Nandoumary y con las que Samba trabaja cada día codo con codo.

A la mañana siguiente de nuestra llegada, la jornada empieza todavía oscura. Son cerca de las 7h de la mañana y a lo lejos diviso la figura de Samba que se acerca hacia nosotros con grandes pasos. Se le informa que la ruta escogida es la del Niaka-niaka, una altiplano que se eleva en medio de la gran planicie de Nandoumary. Será un trayecto largo y él lo sabe, por lo que pide si le podemos dar un trozo de pan ya que no le ha dado tiempo a desayunar y sabe que hacer tal salida con el estómago vacío no es lo más indicado. Así pues, con todo preparado salimos antes de que el sol nos salude. A los diez minutos de marcha se fija en una parte del camino que ha sido escarbada recientemente y nos explica que ese rastro sólo puede ser de hiena o de leopardo. A medida que avanzamos me doy cuenta de que todo el valle a la derecha de Nandoumary, zona transitada a menudo por los chimpancés, ha sido arrasado por las llamas o por la tala masiva de los Agga, pastores trashumantes que buscan hasta el último brote verde para alimentar a sus animales. “No les importa lo más mínimo las consecuencias medioambientales que su acción puede tener sobre el terreno. No me gustan nada los Agga, lo que hacen es horrible”, me comenta Samba con aire de resignación.

Durante el trayecto nos vamos parando en los llamados “puntos de escucha”, lugares en los que la geografía del terreno permite escuchar sonidos a mucha distancia y así identificar si hay algún grupo de chimpancés vocalizando, es decir, emitiendo cualquiera de los muchos sonidos de su amplio registro. En esos momentos, Verónica y Gimena aprovechan para repasar en voz muy baja algo de pular con Samba de profesor improvisado, siempre con un oído puesto en la escena y otro en la lejanía. La relación que tiene con ellas dos es un buen reflejo de cómo es él: llevan seis meses trabajando juntos y parece que lo hayan hecho durante años. Con su más que destacable sentido del humor y su proximidad, se mete a cualquiera en el bolsillo. Además, por su curiosidad y por su mente abierta se puede hablar con él de cualquier tema sin miedo a tener que evitar tabúes sociales o culturales, algo que le hace todavía más accesible.

El camino sigue y a unos 30 metros vemos un árbol que parece sacudirse y acto seguido sus ramas se vacían de monos vervets (Cercopithecus (a.) pygerythrus) que nos detectan como si tuvieran un radar. Pocos minutos después nos encontramos en medio de dos grupos bastante grandes de babuinos (Papio papio), que ya hacía rato que oíamos. Las vocalizaciones de esta especie son una mezcla de gritos de pájaro tipo córvido, gritos de cerdo y ladridos; al final uno se acostumbra, pero de primeras veces son algo inquietantes.

Tras subir y bajar, cruzar bosques y saltar de roca en roca bajo un sol cada vez más ardiente, llegamos a un bosque de bambú seco en su mayoría y divisamos el sitio al que nos hemos estado dirigiendo. De las profundidades de la montaña, emerge una oscura cueva no muy ancha de la que brota un fino hilo de agua. El equipo del IJG tiene instaladas cámaras trampa en el interior y por los alrededores de la caverna, por lo que constan varios avistamientos de chimpancés en este área. Además, ahora que el valle está calcinado casi en su totalidad, no sería de extrañar que en algún momento del día, estos inteligentes grandes simios se dejasen ver por aquí, uno de los pocos lugares frescos en muchos kilómetros a la redonda.

Samba propone que nos instalemos en una roca no muy alejada de la entrada a la gruta y dice que todo lo que queda por hacer es esperar, pues ya casi es mediodía, uno de los momentos más calurosos de la jornada, por lo que es bastante probable que los chimpancés aparezcan en este momento. De repente, tras una no muy larga espera, se empiezan a oír los pasos de unos cuantos individuos que, cadenciosos, arrastran las extremidades por encima la alfombra de hojas secas de bambú, delatando inevitablemente la posición del grupo. Nosotros sabemos de sobra quién se acerca mientras que ellos no tienen ni idea de que estamos esperándoles. A una distancia prudencial vemos al primer individuo salir cautelosamente de detrás de una roca y rápidamente nos detecta. Tras este macho, aparecen desplazándose en fila india machos y hembras adultos, subadultos, adolescentes, juveniles e infantiles, según la categorización establecida por Jane Goodall. Al percatarse la totalidad del grupo de nuestra presencia realizan vocalizaciones y algún que otro display, movimientos de demostración de fuerza, como diciendo: “Ey, estamos aquí, ya hemos llegado, cuidado con nosotros!”. Samba señala discretamente dondequiera que aparecen y cuenta un total de trece miembros en el grupo, curiosamente el mismo número de personas que viven en su casa. Tras calmarse, empiezan a distribuirse por toda la zona en busca de algo que hacer, siempre un poco pendientes de nuestra posición. Algunos juegan, otros trepan, otros comen y otros simplemente descansan. La sensación es indescriptible cuando, guardando las distancias, están por todas partes. Miro a nuestro asistente y me lo encuentro con una sonrisa de complicidad de oreja a oreja, feliz. Una cría nos observa y nos regala el típico repiqueteo en el pecho con los puños cerrados, produciendo un ruido que recuerda al del pájaro carpintero, para luego volver a esconderse corriendo tras el regazo de su madre.

Cuando ya hace un rato que estamos en compañía de nuestro primo en el mundo animal, es hora de empezar el camino de vuelta a casa y, muy cautelosamente y siguiendo las expertas indicaciones de Samba con un lenguaje no verbal que se nota que tiene muy por la mano, nos vamos apartando del grupo de chimpancés. Cuando ya estamos bastante separados miro arriba en la montaña y veo, por pura casualidad y muy lejos de nosotros, la cabeza de uno de ellos asomarse al vacío mirándonos. Acto seguido vuelvo mi mirada hacia Samba y me lo encuentro mirándome, a lo que me pregunta: “¿Lo has visto?” Esto me lleva a preguntarme si él también lo ha visto de casualidad, si estoy a años luz de su habilidad de detección o si simplemente el destino ha hecho que los dos viéramos esa simpática cara observándonos con curiosidad.

Al llegar al despacho y tras beber cantidades ingentes de agua pero todavía exhaustos, Samba prácticamente obliga a las investigadoras a poner las fotos tomadas de los chimpancés en el ordenador. Sonríe contento al verlos de nuevo y entre los tres identifican a cada uno de ellos por su nombre; nombre que se les da una vez identificados para facilitar así su estudio y seguimiento.

El segundo día de salida a campo y tras el éxito de la última se decide volver al Niaka-niaka. Durante el camino, entrevisto a Samba un poco más en profundidad y en una de éstas pierdo el tapón de mi bolígrafo en alguna parte de la larga ruta. Me explica que le encanta trabajar en el campo y que adora la naturaleza, pero lo que realmente le satisface es poder vivir con su família y sentir que ellos son felices gracias a sus esfuerzos, pues de su sueldo no depende sólo su núcleo familiar sino, en parte, las trece personas que viven en su casa. En Nandoumary, si no se tiene un trabajo regular, la obtención de recursos ya sean alimenticios o económicos puede ser muy complicada, y en la época seca cualquier situación un poco adversa puede devenir extremadamente difícil de soportar. No es de extrañar que aprecie el poder estar cerca de los suyos tras todo lo que ha vivido para poder trabajar. Le pregunto por las situaciones más peligrosas que ha vivido como asistente de campo. La pregunta le sorprende y, tras un rato pensando, me responde que destacaría tres anécdotas con chimpancés, pero que en numerosas ocasiones ha tenido que huir de serpientes de picadura mortal o incluso alguna vez se ha cruzado con leopardos. Empieza contándome que en una ocasión se sentó a descansar debajo de un árbol sin percatarse que en éste había nidos con hembras y crías todavía durmiendo que al despertar se pusieron a gritar. Llegó el resto del grupo con actitud agresiva atraído por los gritos y él tuvo que salir corriendo dejando en el sitio todas sus cosas y para volver más tarde a recuperarlas. Cuenta que otra vez se le acercó un macho alfa enorme a unos cinco metros y riendo, me dice que no sabe si fue algo maravilloso o terrible. También fue atacado por un grupo que decidió lanzarle piedras desde la distancia como si de una banda de hooligans se tratara. Samba acumula un montón de experiencias a lo largo de los años y de ellas ha aprendido a manejar situaciones que podrían volverse como mínimo complicadas. Se esfuerza en dejarme claro que todos esos episodios fueron hace tiempo y que aunque le gusta recordarlas como un aprendizaje y a modo anecdótico, hoy siempre tiene el control de la situación.

Llegamos a la misma zona del Niaka-niaka del día anterior y esta vez los chimpancés ya están allí. De hecho, oímos sus vocalizaciones desde mucho antes de llegar al sitio en sí pero no es hasta pasada una media hora que conseguimos localizarlos. El grupo está disperso y cuesta ubicarlos en un lugar tan lleno de vegetación, pero les acabamos viendo; esta vez a nueve de ellos. Samba hace un ruido muy característico con la boca cuando está cerca de los chimpancés, pues asegura que estos le reconocen y, al saber que es él, no se ponen nerviosos ante la presencia de humanos. Tiene muy buena vista para detectar a cualquier animal y en especial a los chimpancés, pues a menudo no es fácil saber exactamente dónde se encuentran. También tiene un gran temple para controlar según qué situaciones y se anticipa bien a momentos que podrían ser peligrosos, siempre dando las indicaciones correctas con mímica y demás recursos que improvisa con destreza. Me cuenta que lo que más le gusta de estos entrañables animales es cómo juegan cuando son pequeños, las piruetas que dan y lo curiosos que son, así como la relación que tienen con la madre cuando ésta les educa y les enseña a sobrevivir en el bosque.

Ya de vuelta, Samba se agacha en un punto del recorrido para coger algo de entre la hojarasca del suelo. Me mira y me pregunta si lo que tiene en la mano es mío. Resulta ser nada más y nada menos que el tapón de mi bolígrafo, a lo que me quedo bastante boquiabierto. Para camuflar mi perplejidad le pregunto bromeando si me lo ha escondido antes. Buena parte de la conversación de este día fue hecha entre gritos de babuinos, algo impensable en cafeterías y despachos, lugares en los que se suelen hacer las entrevistas.

El tercer día no hay tanta suerte y, aunque las investigadoras pueden recoger excrementos frescos, restos orgánicos de otros animales y pelos de un nido de chimpancé, esta vez no los vemos. Aún así, poder observarlos en dos de tres intentos es más que satisfactorio, pues puede darse la situación de estar semanas siguiéndoles la pista sin éxito. En el trayecto hacia allí ocurre algo que me da pie a hablar con Samba de un modo algo más profundo que en los anteriores días. Encontramos a un hombre de unos cuarenta y pico que acaba de talar un árbol bastante grande. Lleva una bicicleta y pretende cargarlo en ella. Le pregunto a Samba qué le parece que la gente corte árboles en una zona protegida como es la Reserva Natural Comunitaria de Dindéfélo. Él me dice que lo ideal sería que hubiera otras formas de obtención de recursos, pero que ese hombre está reforzando la estructura de su casa, que ya hacía años que no estaba en buen estado. Así pues, entiende que si es de forma puntual y responsable, la gente que habita en los pequeños pueblos del interior de la Reserva puede cortar árboles si no dispone de otra alternativa. El problema grave para Samba son los grupos nómadas como los Agga o los grupos de la etnia Bedik que, en sus incursiones para conseguir vino de palma, dejan el terreno no sólo maltrecho, sino en un estado en que la recuperación es muy complicada.

Al ser preguntado por el futuro de la RNCD, Samba tiene una visión muy optimista. Cree que a diez años vista la Reserva habrá crecido, que todo el espacio estará mucho mejor cuidado y que habrá más turismo responsable y, en consecuencia, puestos de trabajo para más gente. Me resulta sorprendente que vea un futuro tan idílico cuando durante su día a día ve con sus propios ojos el deterioro al que la gente local somete el terreno, repitiendo prácticas tan nocivas como por ejemplo el uso del fuego para la agricultura.

Con la llegada de la lluvia todo será verde de nuevo y un nuevo ciclo empezará. Aquellos que luchamos por el futuro de los chimpancés y el de todos los seres vivos que habitan la RNCD esperamos que Samba tenga algo de razón y podamos tener motivos para conservar la esperanza, pues la situación actual es complicada. La historia de su vida refleja el cambio de paradigma que aquí debe suceder para un futuro próspero para todos: de temer al chimpancé por puro desconocimiento a entregarse por completo a su protección a través de la investigación y la conservación de su hábitat. Será necesario mucho esfuerzo, dedicación y sensibilización de la población para que cambien sus hábitos más agresivos con la naturaleza. A la vez, desde gobiernos e instituciones se deben dar alternativas para la obtención de recursos vitales básicos.

El trabajo del IJG en Senegal continúa. Continúa la investigación, continúa la conservación y continúa la educación. El esfuerzo del equipo del IJG que trabajan aquí y allí junto con las ganas de personas como Samba son los factores decisivos que pueden generar el cambio. Harán falta más “Sambas” para que esto tire adelante.

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